Padre e hijos de corazón
Historias desde Río Gallegos…
Dice llamarse Fernando Villegas. Nació un 2 de febrero de 1956 en el pueblo de Río Gallegos en épocas del Territorio de Santa Cruz, hijo de Heriberto Alvarado Orellana y doña Carmela Valenzuela Cifuentes, ambos oriundos de Punta Arenas, Chile.
En su relato, Don Fernando cuenta: “Mi mamá verdadera había nacido 1915 y mi padre en 1926, yo era el sexto de ocho hermanos reconocidos dentro del matrimonio Alvarado Orellana – Valenzuela Cifuentes. Según me dijeron cuando mama conoció a mi padre ya tenía dos hijos de soltera, pero mi padre les dio el apellido a todos, Alvarado Valenzuela.
Cuando fallece mi mamá Carmela, Heriberto Alvarado se vuelve a casar en segundas nupcias con Emérita Mansilla y tiene dos hijos más, que son de apellido Alvarado Mansilla.
En total del mismo padre somos diez hermanos. En cuanto a mi destino, apenas si tenía once meses, según me contaron, mi mamá Carmela, tuvo que entregarme en adopción porque no me podían mantener, a un matrimonio amigo que eran los padrinos de bautismo de uno de mis hermanos: Don José Rómulo Villegas Vargas y de Doña Amalia Saldivia Godoy, ambos también de nacionalidad chilena, nacidos en 1912. Don Rómulo y doña Amalia me aceptaron como hijo propio, ¡y vaya si me lo hicieron sentir!, porque no solo tenía techo, comida y educación, sino que me trataban con muchísimo cariño, vivían pendiente de que nada me faltase, tal es así que para mí son con mis padres de sangre”, dice emocionado al recordar.
“Con el paso del tiempo, mi padre padre verdadero se muda, por razones de su trabajo en YPF, a Tartagal, en la provincia de Salta, algún tiempo después viajó mi madre con mis hermanos a unirse con el allá en el norte. En Tartagal nacieron los últimos hermanos de sangre, Griselda Noemí Alvarado Valenzuela y mi hermano menor, Jorge Mario Alvarado Valenzuela. Fue en el 1962 que todos ellos regresan a Río Gallegos y me fueron a visitar a la casa de mi madre del corazón, Doña Amalia, quien siempre estuvo muy pendiente de mí formación y cuidado hasta que repentinamente fallece y en esos duros momentos en mi crianza la reemplaza doña Onoria Villegas Alzueta, una sobrina de don Rómulo”.
Cierto rictus de tristeza se apodera de su rostro cuando le preguntamos por lo que significa para él el recuerdo de su madre verdadera, y masticando tristeza, dice: “Mire, al recordar a mi madre verdadera, siento cierta tristeza en mi corazón de haber conocido el final de sus días, a los 48 años de edad, en un horrible accidente de auto que ocurrió frente al almacén de Facundo Figueroa, en la calle 19 de diciembre, un accidente que la saco lisa y llanamente de este mundo.
Son situaciones difíciles de olvidar, aunque el tiempo hace lo suyo no lo olvido, pero pude superar estos trances con la ayuda de mi familia adoptiva y los amigos”.
Anécdotas de adolescente
“Me acuerdo que una vez –comenta don Villegas– Rómulo, mi papá adoptivo, me llama y me dice ‘por lo que estoy viendo el colegio no es tú fuerte por más que quisiera obligarte’, y le contesto ‘la verdad es que tener estudiar es un suplicio’; por supuesto, ante la evidencia de los hechos y semejante respuesta, su decisión que seguramente mucho le dolería porque él quería que estudiara, mirándome muy firme y claro en su palabras como para que no se me ocurran objeciones me dijo ‘bueno, Fernando, si no quieres ir al colegio vas a tener que ir trabajar’. Historia lisa y llanamente concluida, a buscar trabajo se ha dicho y en aquellos, tiempos ¿trabajar de qué? ¿dónde? Pues se me presentó la ocasión de un cajoncito con cepillos, pomadas, franela para sacar brillo y a lustrar botas, así comencé a ganar mis primeras monedas. No es una ofensa, me siento orgulloso porque no fui a pedir nada que no me correspondiera por mi trabajo. Fueron pasando los años, alquilé una casita de madera y chapa, chiquita pero cómoda, tenía comedor, cocina y un dormitorio, había sido construida en 1917, era de la señora Isabel Purrua de Vidal, que en 1921 enviudó y se casó en segundas nupcias con un señor Núñez de apellido, ambos españoles, ella que era de su mismo pueblo allá en España”.
“Doña Isabel, cuando se sintió muy grave, llamó a todos sus inquilinos para despedirse y ella a mí papá adoptivo le dijo: ‘Rómulo, te doy mi ranchito para que te compres un terreno, te lo lleves y lo instales en él, le regaló el rancho más una cama de bronce, que hoy me arrepiento de haberla vendido, ¡pero eso es otra historia!” Don Rómulo, mi papá adoptivo, en los años que estuvo solo volvió a formar pareja con una muchacha que se llamaba Rosa Hebe Andrade, nacida en Puerto Santa Cruz, pero nunca supe más nada de ella.
La vecindad del viejo barrio
Cuenta Don Fernando que duran te parte de su infancia y casi adolescencia, se crio en lo que es hoy zona céntrica de Rio Gallegos. Geográficamente, hablamos del sector ubicado entre calles Alberdi, 9 de Julio, Avellaneda y Sarmiento, y Rawson en la década de los ‘60 y ‘70. “La vecindad estaba compuesta por Isabel Purrua de Vidal, los Traba, el Dr. Corradi, la familia Guanel, los Aaset, familia Reynoso, Pamela Guatti, familia Ovando, la familia de Margarita de Nenen de Cortez, familia Ovando, la familia Sureda, Álvarez, Maquensi, familia Davidson, que tenían una tornería por Sarmiento y Avellaneda, en Sarmiento y Alberdi donde hoy está El viejo Ciprés, era el Hotel España, un lugar que guarda mucha, historia”.
“Después estaba la panadería Peña, que se inauguró en 1920, donde está actualmente la sede de la UCR, calle 9 de Julio esquina Avellaneda y frente a la panadería estaba Guatti Fernández, los López, la señora Alicia Rodríguez, que tenía un comedor y pensión, sobre la calle 9 de Julio, la familia Reyes, frente en la esquina estaba la agencia marítima de los Sureda, y al lado alquilaba el cantor Hugo Giménez Agüero que me encantaba escuchar a través de la ventana los acordes y rasgidos de la guitarra mientras cantaba.
Te hablo del año 1965, cuando las callecitas de Gallegos eran de pedregullo y los palos del alumbrado público eran postes donde había que poner escaleras para cambiar los focos”.
Un hecho importante de aquellos días fue la colocación de los primeros semáforos en el pueblo, en el centro de Roca y San Martin, siendo intendente en ese entonces, año 1972, Don Emilio Guatti, un intendente radical.
Algo de lo que no gusta hablar
Esto también es parte de la historia de todos y cada uno sin excepciones, dice, “y no es que tenga un humor negro o me guste recordar estas cosas, pero el primer servicio funerario de la ciudad era del señor Mutti, papá del dueño actual de la Florería Pimpi que está en calle Don Bosco y 25 de mayo. Allá por los años 50 se la vendió a Don Ilhero, comercio conocido hoy por Cochería Ilhero, todos ellos son muy buenas personas.
Y hablando de sepelios, y haciendo un poco de historia no muy lejana, recordemos que en esos años los sepelios al igual que los velorios, eran todo un acontecimiento muy formal y la tradición indicaba que el velatorio debía ser, por costumbre, en la misma casa familiar, con atención especial en comidas para los que venían a acompañan el difícil momento”.
“Las connotaciones grises del oficio de funebreros eran en aquellas épocas de una seriedad y rigor absoluto en cuanto a costumbres. Se presentaban como impecables servidores en el final de un camino terrenal vistiendo traje y corbata, guantes blancos y zapatos muy brillantes. Ni que hablar de los carruajes, algo que a muy pocos les gusta comentar, pero que también forman parte la industria y el comercio en el diario vivir en este mundo. En aquellos años, el carro o auto fúnebre tenía una carrocería de madera, era lujoso e importante, lo cuento con conocimiento de causa por haber trabajado algún tiempo en la cochería de la familia Ramps, hace muchos años de esto también tuve otros trabajos más interesantes como haber sido empleado de ‘La Anónima’, en la firma Tanarro. También fui policía. Bueno, una larga trayectoria de trabajos hasta que, en el 2001, el bazar de la vida me lleva a un bazar real por intermedio de mi sobrina Julia Delgado y de José Mansilla, un muchacho que trabajo hasta que cerró sus puertas en la tienda “Lagomar”, que estaba en la esquina de calle 25 de Mayo y Roca. Gracias a ellos empecé trabajar en los bazares de la familia Maíllo”.
Un cambio de apellido
“Tal vez usted se preguntará por qué me llamo Fernando Villegas después de tanto mencionar al apellido de mis padres de sangre, Alvarado Valenzuela. Pues, por el cariño, la educación y atenciones que tuvieron siempre conmigo Don Rómulo Villegas y su señora. Crecí sintiendo como si ellos fueran mis verdaderos padres y un día después de comentarlo en familia, decidí hacer los trámites y cambiarme el apellido verdadero por el de mis padres adoptivos, Villegas”.
Cupido hizo lo suyo
“Hoy estoy feliz, muy feliz y agradecido con la vida, y más aun a partir del día que conocí a través de un amigo a mi esposa, Bienvenida Vera, de origen paraguayo, quien tenía siete hijos y estaba sola con los pequeños. Yo también estaba solo, surgió entre nosotros una magia especial, su mirada y la mía en un solo camino, lo de atrás no importa, nos casamos y desde hace nueve años somos una familia muy feliz. Los niños más chicos me dicen papá.
Cuando llego a casa veo la tranquila y dulce carita de mi compañera y sus pequeños llamándome papá, siento como si el destino mi hiciera rever mi propia historia afectiva, por eso no me importa que no sean mi sangre, para ellos quiero ser el mejor papá del mundo, el mejor esposo y el mejor compañero”.