AQUELLOS Gloriosos días en General Roca (RN) “ÉRAMOS TAN JÓVENES”
Por Juan Cruz Ruiz
“Muchas veces me pediste que te contara esos años”, qué circuitos fatigaban los jóvenes de los años 70 y con qué códigos se entendían. .”Aquelarre”, “Macondo”, “Ruana”, “Demián, “La vieja dama”… los primeros topless…
La noche del 26 de octubre del ´69 era un hervidero de expectativas, murmullos y corridas de aquí para allá.
Es que en Roca intuían que algo impresionante estaba por comenzar, pero nadie tenía la menor idea de que esa noche el brujerío del Alto Valle daría inicio a un mito que aún hoy, 40 años después, tiene plena vigencia. Cerca de la medianoche se inauguraba una de las discotecas más grandes del país, acá a la vuelta nomás, a cuadras de donde vivíamos. Aquelarre era el nombre. Aquelarre “es” el nombre.
El hombre ya había llegado a la Luna. La píldora, decretado el sexo libre. John y Yoko Ono, protagonizado su famoso “bed-in” (encamada) en el hotel Queen. Unos roñosos pelilargos daban inicio al grandioso hippismo, en San Francisco, fumando marihuana y exigiendo el fin de la guerra en Vietnam.
Onganía detentaba el poder en el país y había prohibido el comunismo por decreto. Estudiantes de La Plata era campeón de la Copa Libertadores.
En Roca corrían los mismos aires.
Las modistas de la época -Irma Ercolani y Lidia Belauzarant- y los sastres Constantini, Comolay y García no daban abasto con los pedidos de vestidos, sobretodos y trajes. La primera en pasar por uno de estos talleres de costura fue Amanda Palmieri, quien estaba fascinada con el palazzo de crepe georgette verde cotorra, con botones de bijoux, que le acababan de confeccionar. Pasar desapercibida era lo menos que quería, claro está. Se alistaba para ver y ser vista, que era la meta de todo el mundo, por otra parte. La chaqueta larga de gasa le alucinaba. Se sentía una diosa. Si a esto se le suma la posibilidad de ver al resto de la humanidad desde unas plataformas de corcho, la felicidad era total.
Pensaban fatigar la noche, también, Adolfo Nielsen, Hugo Epifanio, Sandro Bessi, Gianni Tronelli, Angelito Palma, Robertito Fernández, Jorge Sánchez, Orlando Bonacchi, Carlitos Gadano, “Botica” López, “El Mudo” Ockier, Miguelito Nubolara… De Regina vendrían Horacio “El gringo” Santángelo con Gandini y una banda de lindos atorrantes dispuestos a desestabilizar uno que otro corazón.
El glamour empezaba a respirarse. Todos lo intuían. Ni qué decir la elegantísima Susana Vasallo y la bella Susana Romagnolli. O la inquietante Nora Grandotto o Teresita Spitzer, Elba Saiz, Mónica Fabi… Qué se pondrían era la duda existencial. Casi filosófica. Para dar respuestas a muchas estaban “Silvano”, “Yo mujer” y “María Candela”, las boutiques justas “para gente como uno”. Eran caras, hay que decirlo, pero bueno… pertenecer siempre costó, después de todo.
La minifalda bregaba con furia y la maxi también (si era estilo hindú, mejor). El pelo, lacio, bien lacio. Con horas de toca. Muchos no habían ido al río esa tarde. Es que los nervios venían de punta y era mejor no ser visto hasta la hora señalada.
La formalidad de la ocasión también imponía haber pasado antes por Stamaris para comprar un collar o prendedor, y ellos trabas para sus corbatas y gemelos para sus camisas impecables.
Se sabía que meses atrás en la ciudad se había constituido Hotelera Río Negro SA, que de inmediato empezó la construcción de lo que sería “la catedral” de la noche valletana. Los socios fundadores de Aquelarre fueron Carlos Gadano, Alberto Suertegaray, Ángel Balduini, Gastón y Eduardo Saint Martin, Rolando Bonacchi y Jorge Richmond. Tiempo más tarde, y con la finalidad de ampliar su capital social, se incorporaron Hugo Ernst, Victoriano Muneta, Aldo Balbín, Renán Urdinez y José Fabi. Con el paso del tiempo algunos socios transfirieron sus acciones hasta que la sociedad se disolvió en 1982.
Afuera, algunas motonetas Vespa y Siambretta, los inolvidables Torinos, Ford Falcon, Chevrolet 400 y muchos Chevy (qué canchero quedaba manejar uno, por Dios). El Citroën 3CV y el Peugeot 504 recién aparecían.
Adentro, la fiesta. Mayores, adultos y jóvenes convivían en perfecta armonía. “No había fragmentación”, dice hoy Luis Palmieri, quien aún recuerda la impresión que tuvo no bien entró. “Todo oscuro, con iluminación focalizada en las mesas ratonas, con sillones y más sillones por todas partes. El piso, todo iluminado. Era increíble. Nadie en la zona lo había visto alguna vez”. Los muebles, vale decir, habían sido comprados todos en “Luque”, el negocio más top del rubro, en Bariloche.
Es que para diseñarlo sus creadores viajaron afuera a ver qué se estilaba. Por eso fueron desde Roca a Nueva York, donde Studio 54 los dejó boquiabiertos (de ahí copiaron las barras, los baños y parte de la tecnología de luces y sonidos); Madrid (donde dibujaron la cúpula de una superdisco que se encapricharon en hacerla acá) y París, donde se usaban las barandas que daban a la pista.
Aldo Balbín -quien hoy es el único dueño de este lugar- recuerda que uno de los más entusiasmados con toda esta movida era Alberto Suertegaray y que un amigo de Gastón Saint Martin radicado en Nueva York les mandaba mensualmente todos los discos de la música de moda vía avión. “Por eso no tardábamos nada en estar en la onda”, expresa Aldo. “Tanto que sorprendía al visitante. Una noche ´Solita´ Silveyra pasó por acá y preguntaba de dónde habíamos sacado la música porque en Baires no la habían escuchado”. Era por este contacto.
Del país inspiraban Hipopotamus, Mau Mau, Afrika y mucho después New York City, Keops y Moulin Rouge, de Córdoba.
La figura central también pasaba por el disc jockey. Vinieron los top, como Alejandro Pont Lezica y Rafael Sarmiento. ¿La versión local? Cachila, quien marcó un antes y un después en la musicalización de las noches. Impecable e insuperable el señor, acuerdan todos con tono ceremonial. Luis Cayón haría lo suyo luego, como DJ y difusor local de la exquisita música que venía de afuera.
“La noche de la inauguración era como estar en Montecarlo“, rememora Mónica Pasarón. “En la entrada recibía un portero que habían traído de Viedma, de origen africano”. El protocolo exigía hasta este detalle para que la sofisticación y la paquetería no se colaran por ningún poro. “Medio pueblo estaba allí”, acota Nilda Sabbadini. “Lo bueno de entonces era que todos nos conocíamos y había energía para las cosas nuevas y extraordinarias”.
– ¿Qué pasó con ese espíritu?
– Ahora se recuperó. La ciudad está maravillosa, de nuevo. Entusiasmada Nilda, quien no ha perdido en lo más mínimo la belleza que la supo consagrar, por aquellos tiempos, Reina Nacional de la Manzana.
– Ya no somos los mismos, obvio. Pero Roca sigue siendo un semillero de gente creativa, tanto en lo cultural como en lo político y económico. Acá se es inquieto. Casi todos quieren hacer algo. Testimonia Juan Carlos Nicolau, orgulloso de haber adoptado esta tierra tras haber dejado su La Pampa natal en el ´66. ¿Sabés cuánta gente había entonces? Unos 38.000 habitantes.
Fueron los 500 m2 más sofisticados que se recuerden. Los de Aquelarre, se entiende. La gala se imponía. La economía era buena para una clase media inquieta y movediza.
Navidad y Año Nuevo no eran Navidad y Año Nuevo si no se pasaba por ahí. La fantasía de “pertenecer” se alimentaba como lo hacía el jet set en su hábitat inalcanzable y soñado. “No hacíamos más que brindar a la medianoche en nuestros hogares y todos salíamos a encontrarnos allí”, apunta Luis Palmieri.
En este recinto también se elegían al brujo y a la brujita del año, apunta Aldo Balbín. Los primeros fueron Hugo Epifanio y Noemí Palmieri. “No era el más lindo ni la más linda…, Se premiaba al caballero, a la dama, la honradez la solidaridad, al que era pata… eran los valores que queríamos resaltar con seriedad en un ambiente festivo”, apunta el actual dueño del lugar.
“Todo era vorágine. Diversión. Pasarla bien con amigos. Tomar un destornillador (vodka con naranja). No sé cómo hacíamos, porque todo el mundo trabajaba pero siempre había un tiempo para la salida”, rememora Juan Carlos Nicolau, habitué de Aquelarre por años. “No bien se hizo famosa Susana Giménez con su histórico ´Shock´ la trajimos a un desfile de modas a Aquelarre. Fue impresionante esa noche”, dice y cuenta cómo vio a la eterna Su esa mañana en que se despertó hospedada en su casa. Estrábica, bien peti, de escasa cabellera… pero no importa, Su es Su, divina aun con estrías y kilos de más, ¿no?. “Venían todas las figuras del momento. Roca era así. Aquelarre trajo a Industria Nacional en su pleno auge. No sabés lo que fue…”. Lo cuenta Juan Carlos, quien por aquellos años trajinaba la noche con Dorita Delgado, Mónica Pasarón (“mirá, yo no salía tanto de noche”, dice ella como muchos de los entrevistados), Hugo Álvarez, el Flaco Fernández, Robertito Fernández, “Ajito” (“vos poné ´Ajito´, que todo el mundo va a saber de quién hablo”, dice JC), Franco y Giuseppe Ferraris, Agustín Llanos… “No todo era joda, eh. También armábamos torneos de truco para recaudar y ayudar a instituciones”, acota Juan Carlos.
“Además nos expresábamos políticamente. Recuerdo las pintadas que hicimos desde Neuquén a Roca pidiendo ´Fuera Requeijo´. Fueron tiempos convulsionados en que todo estaba por venir. Lo bueno y lo malo”, reflexiona Juan Carlos. “La historia nos diría después que la esperanza y la inocencia que nos hacían felices no se repetirían más, al menos en esa frecuencia”, acota como metido en la película italiana de Vittorio Gassman “Nos habíamos amado tanto”.
A este lado glamoroso de la noche le correspondía otro, más peñero. Ambos circuitos se complementaban tanto en la previa como en el amanecer… aunque en esos tiempos muchos empezaban el día en el río, después de haber bailado hasta desfallecer. Por un lado, a los jóvenes les gustaba el río (después vinieron muchos años de ignorarlo y hoy de nuevo se lo ha recuperado como lugar de esparcimiento); por otro, era la única “villa cariño” de la ciudad.
En los 70, Ángel Artola, un pendex que recién llegaba de su Saldungaray natal, en la provincia de Buenos Aires, se empleó como mozo en Fedra, mítico lugar de los 60 (que estaba donde hoy funciona Tarjeta Naranja) y empezó a hacerse amigo de los clientes del lugar y de los que iban al espectacular bowling Real, que estaba a metros de allí (era el mejor equipado en todo el Alto Valle, afirman todos). Con ciertos guiños de la noche, “El Bocha” supo detectar las necesidades de los jóvenes de entonces. Fue así que se independizó y con “sólo empeñar la palabra” (que era el contrato de la época, enfatiza) armó, a comienzos de los 70, “Macondo”; a mediados de la década “Demián” y al terminarla, “Facundo”.
Por “Macondo” -por el pueblo que pintó García Márquez en su inmortal novela- pasaron Mercedes Sosa, Chito Zeballos, Horacio Guarany, Atahualpa Yupanqui, Piazzolla y Ferrer. Mucho folclore, guitarreadas y muy buen vino. Quedaba en Tucumán casi Buenos Aires. Chiqui Pereyra, con su voz ronca, ya despuntaba el vicio. Villegas y el Sapo Benítez pergeñaban Fisque Menuco. La bossa nova también hacía mover a Alemán Hoffman, Chumy Salerno, Mario Ávila, Susana Scheroni, Susana Vasallo, Pituca Martínez, Amancay Espíndola…
Detrás del salón había un enorme fogón que invitaba siempre al buen momento. De ahí salió la conmovedora “Zamba del Ángel”, del santiagueño Ariel Petroccelli.
Chichí Alcaraz era un genio de la guitarra, dice “El Bocha”: “podíamos pasar horas y horas escuchándolo”.
-¿Qué edad tenías vos?… -28. Con toda la vida por delante. Como todos. Recuerdo la época del Rocazo, cuando abríamos las puertas para cobijar a quienes eran reprimidos por los militares.
“Demián” (hoy heladería El Cielo) recibió ese nombre por la emblemática obra de Herman Hesse, de lectura obligatoria por entonces. Allí, la clientela fija tenía su propia copa con el nombre grabado. La gente llegaba y retiraba del casillero su copa. “La vida nocturna era única. Sana. Intensa, de lunes a lunes”, enfatiza el entrevistado coincidiendo con todas las opiniones.
Después vendría “Facundo”, una whiskería bailable en España casi Mitre donde se realizaron las primeras tertulias en un lugar privado, de 17 a 22 en punto, todos los domingos. Esta marca, para toda una generación de valletanos, aún resuena y bien.
La ronda, fuera sofisticada o peñera, tenía otros puntos de cita. Trazar coordenadas en Roca era más que inquietante, coinciden todos a la hora de rememorar su juventud. “La vieja dama”, de Julio Muñecas, un exquisito sitio para el encuentro y armar la agenda de lo que vendría horas después (hoy, “Chaplín”); el café Otto, en Tucumán casi avenida Roca, tenía lo suyo; “El Molino” y “Gran Hotel” (avenida Roca y Nueve de Julio), tradicionales; el “Bristol” para los domingos a la tarde; el “Jockey” para la elite; “Anastasia”, un boliche que funcionaba arriba de donde hoy está el PAMI; “Keops”; “Afrika”, en avenida Roca casi Chile, “Ruana”… ¿los cabarets? Las mujeres entrevistadas aclaran de entrada:“Mirá, nosotras fuimos cuando eran lugares de espectáculos de primer nivel, traídos de los mejores night clubs de Buenos Aires. No pensemos lo que es un cabaret con la mentalidad de hoy, por favor”.
“Chicas, tranquilas, pasó tanta agua bajo el puente que nadie corre riesgo de nada… trampas y romances hubo siempre, che”, nos calla el marido de una de ellas. Enumeremos: Le Nuit, Oasis, camino a Cervantes; Mogambo… con pretensiones de Moulin Rouge. (Una infidencia: cuando Mogambo reverbera en sus mentes las caras vislumbran picardías inconfesables… lo que indica la intensidad de ese lugar ubicado en 25 de Mayo, frente a la estación del ferrocarril, en pleno centro).
¿Y los conchetos dónde iban a tomar “un trago”? A “Jackeroo bebedero” (hoy peluquería Luisito). Ellas, con hotpant y botas, impecables si no corría viento. Teté Coustarot ya marcaba tendencias con sus usos y costumbres. Su hermana también, apunta.
Ellos, con los primeros Lee que llegaban al país y mocasines color guinda, sin medias (no ponerse medias era “lo más”). Chemise Lacoste para ganar. Alguien todavía recuerda cuando Adolfito Nielsen llegó una tarde con una remera a rayas azul y bordó. Transgresor y dandy, para flashear, murmuraban ellas.
Para que el contacto fuese un poquito más intenso estaba Vogue (hoy Hendy). Sillones altísimos para perderse y no ser vistos desde la calle. Un cortinado corrido ayudaba a que el romance no fuera delatado.
En “El Progreso”, el club de siempre, las fiestas seguían siendo vigentes en los 70, apunta Mónica Pasarón. Allí se hacían los bailes de las fiestas de la Manzana, la Vendimia y el Carnaval.
-“¿De la Vendimia?…. -Sí, acordate de que había muchísimas bodegas en la zona”.
-“También hacíamos facha, sobre todo las mujeres, en el río. Se iba mucho por entonces. El lugar elegido era Palmieri Beach”, suma Mónica.
“¿Sabes quién le puso ´Palmieri Beach´ a esa parte del río? Eduardo García”, registra Luis Palmieri, quien entre partido y partido de fútbol también fue testigo de los primeros topless que se hicieron por estos pagos. ¿Quiénes habían tirado los corpiños al diablo? ¿Quiénes iban a ser? Susana Vasallo y Amancay Espíndola.“Y pensar que todo empezó con El Cisne Blanco, el primer boliche bailable de Roca, allá por los años… ¿qué años eran?”, pide ayuda Luis Palmieri. Eran los años en que una fuerte burguesía local aspiraba con toda su alma y vida a transformar este Valle en lo mejor que les podía pasar a ellos y los demás. “Eran los años en que el progreso permitía, como ideología, imaginar que todo era posible, hasta alcanzar un mundo mejor. Eran los años de la modernidad. Eran los 70. Eran los años en que “éramos jóvenes y felices”. / HORACIO LARA