23 noviembre 2024

El Hudson, 33 años después… Santa Cruz, Argentina

Cuando la naturaleza decide que barajemos y demos de nuevo.

El 12 de agosto de 1991, hace 23 años, el volcán chileno Hudson despertó para sumir a toda la región del Macizo del Deseado en una larga noche, produciendo cambios impensados para todas las poblaciones y estancias afectadas.

Por Roberto Mendoza

En la madrugada del 12 de agosto de 1991, hace ya 33 años, el volcán chileno Hudson, ubicado al sur de Coyhaique y cerca del océano Pacífico, despertó tras 20 años de estar dormido, expulsando una enorme cantidad de cenizas en los poco más de 100 días que tuvo de actividad, de la que la mayor cantidad se depositó en territorio argentino, especialmente en la provincia de Santa Cruz.

El Hudson había dado una alerta pocos días antes, el 8 de agosto, cuando se detectó la expulsión de una pequeña pluma de gases y cenizas, que duró unas seis horas, y alcanzó cerca de 8.000 metros de altura. Los gases y cenizas fueron esparcidos por los vientos predominantes en ese momento hacia el sur y luego hacia el Pacífico, sin consecuencias notables para la población.

Luego vino una breve etapa de calma, lo que hizo pensar a algunos observadores que se había tratado de un episodio aislado y sin consecuencias, hasta que a las 6 de la mañana del 12 de agosto, comenzó una de las erupciones más grandes de la historia de Chile –poseedora de más de 600 volcanes activos–, provocando en el triángulo con vértices en lago Buenos Aires, Puerto Deseado y San Julián, una larga noche y el golpe de gracia a una producción agropecuaria que llevaba años de agonía.

Un volcán como tantos

El volcán Hudson está ubicado a 15 kilómetros del océano Pacífico y a 137 kilómetros al sur de Coyhaique, al sur del Puerto Aysén y al norte del Campo de Hielo Norte, en la Región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo.

Es una caldera volcánica activa de estratos que alcanza una altitud de 1.905 metros sobre el nivel del mar, con diámetro del cráter principal de 500 metros. Posee una base de 5 kilómetros y termina en una meseta de 3 kilómetros. Sus erupciones anteriores afectaron a Coyhaique, la laguna San Rafael y los alrededores del lago General Carrera (parte chilena de nuestro lago Buenos Aires).

El volcán Hudson es hoy una especie de meseta cubierta de hielos desde la que se ramifican diversos valles, algunos con glaciares que dan origen a distintos ríos, tales como el Ibáñez, el Frío y el Murta, entre otros.

Tras la erupción de 1991, se puso en marcha un ambicioso plan para reforestar el extenso territorio afectado, de más de 30 kilómetros de longitud, que se extiende por ambas riberas del río Ibáñez. En la actualidad es posible ver pinos de la variedad Oregón, creciendo en lo que fueron praderas naturales muy fértiles dedicadas a la ganadería y que hoy presentan un panorama grisáceo, de aspecto desértico y desolado.

Devastación

El Hudson entró en erupción violentamente el lunes 12 de agosto de 1991………

Y permaneció en actividad hasta el 29 de diciembre del mismo año. La explosión fue acompañada por intensas tormentas eléctricas, lluvias torrenciales y un enorme volumen de material volcánico arrojado desde el interior de la tierra hacia la atmósfera. Había despertado veinte años después de su última erupción, ocurrida en el año 1971, cuando apenas algunas cenizas cayeron en Chile Chico y Los Antiguos.

Los vientos predominantes del Pacífico, que asolan regularmente a toda la región y corren raudos hacia el centro de baja presión ubicado en la zona de las islas Malvinas, produjeron que una enorme cantidad de cenizas, se depositaran primero en Chile Chico y más tarde en Los Antiguos, Perito Moreno y todo el Macizo del Deseado, alcanzando las costas patagónicas argentinas entre Puerto Deseado y San Julián.

La segunda erupción tuvo entre sus características el nacimiento de un nuevo cráter de 800 metros de diámetro, con una columna de humo y ceniza que despegó hasta los 18 kilómetros de altura, mientras que en un radio de 34 kilómetros de distancia del volcán fueron lanzadas “bombas” de piedra pómez de 20 y hasta 100 centímetros de diámetro.

Como producto directo de la erupción, se produjeron aludes de barro, ramas y piedras, que provocaron la muerte de cuatro pobladores cercanos al volcán.

Para esos días, el viento había cambiado de dirección, transportando la enorme masa de ceniza hasta los centros poblados cercanos al lago General Carrera. Así la gris columna precipitaba sobre las casas, plazas y escuelas de Chile Chico, Puerto Ibáñez, Cajón Cofré, Río Manso y Cerro Castillo, del lado chileno, y Los Antiguos y Perito Moreno del argentino. Tormentas eléctricas, el deterioro de zonas agrícolas aledañas al lago, mortandad en el ganado por obstrucción del sistema digestivo y aborto, desplome de viviendas, daños en siembras, daño forestal, irritación a la vista, sistema respiratorio y piel de las personas, e incluso la interrupción de la navegación del General Carrera debido a la aparición de “islas flotantes” o piedras pómez de baja densidad suspendidas en la superficie del lago, fueron consecuencias del fenómeno.

Los números tienen bastante que decir. Según el boletín del Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile, Sernageomin, el área afectada por la ceniza alcanzó 500 mil kilómetros cuadrados (contemplando su expansión por Argentina). 1,1 millones de lanares muertos (de ambos lados de la frontera), 2.500 millones de toneladas de material particulado lanzado a la atmósfera, y daños valorados en 70 millones de dólares, son datos duros del fenómeno volcánico.

La incidencia directa de la furia del Hudson la vivieron principalmente pobladores del sector rural y algunas localidades como Cerro Castillo. Las avalanchas de barro que descendieron por los valles Huemules y Cupquelán, el lanzamiento de piroclastos (fragmentos sólidos de material volcánico incandescente) y la precipitación de compuestos gaseosos, impactaron fuertemente la vida de quienes por años habitaban la zona.

En el resto de las poblaciones, así como en la vasta meseta patagónica, el gran agente agresor fue la ceniza. No es para menos. Según el informe de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), cayeron en toda la zona afectada 2.500 millones de toneladas de material piroclástico, de pocos micrones de diámetro y con una dureza superior a la del acero.

Para tener una idea cabal de la cantidad de cenizas de la que estamos hablando, es equivalente al doble de la cantidad total de trigo que produjo la Argentina en sus 200 años de historia.

El material volcánico, por su poco diámetro, penetraba en todo tipo de motores y equipos, produciendo el deterioro de pistones, mecanismos y hasta rayando los negativos de las pocas cámaras fotográficas que trataban de captar el desastre.

La presencia de cenizas en la atmósfera, por otra parte, producía una carga estática inhabitual en el aire, dificultando las comunicaciones radiales y produciendo rayos y relámpagos, fenómeno casi desconocido en la estepa patagónica.

Tierra de hombres

Las dos poblaciones más afectadas fueron Perito Moreno y Los Antiguos, ambas del lado argentino, en la provincia de Santa Cruz.

Los efectos iniciales de la erupción de 1991 fueron devastadores. En un informe redactado por el INTA en ese entonces, se describen las consecuencias inmediatas de la erupción sobre los seres humanos y los animales: irritaciones de la vista y de las vías respiratorias y digestivas. Después de un par de meses, se observó en las personas expuestas a las cenizas que sus uñas no habían crecido y también que habían perdido una gran cantidad de cabello, debido a la acción abrasiva del material volcánico.

Pero lo peor fueron los efectos sobre las especies animales y los cultivos de la región. El ganado lanar, principal fuente económica de los pobladores del lugar, sufrió el mayor impacto. Más de medio millón de ovejas murieron debido a la falta de alimentación y de agua, entre otros factores. El cultivo de cerezas tardías, otra especialidad de la zona, quedó completamente arruinado, al igual que las pasturas, debido a la saturación de cenizas en la tierra y a la contaminación de las aguas.

En algunos lugares la acumulación de cenizas fue descomunal. En las inmediaciones del volcán Hudson, la capa de cenizas tenía un promedio de 45 centímetros de altura, pero en ciertos sitios llegó a haber una cobertura de más de un metro de espesor.

Tras el desastre, los habitantes de Los Antiguos y Perito Moreno se negaron a abandonar sus hogares. Sólo las mujeres y los niños fueron evacuados a otras ciudades, mientras el resto de la gente permaneció en el pueblo para limpiarlo de cenizas. Durante seis meses, Los Antiguos se transformó en un pueblo de hombres.

La tarea fue titánica. Además de resistir durante tres años sin cosechas, los trabajos de limpieza fueron constantes y agotadores. Finalmente, se sacaron de Los Antiguos más de 20 mil toneladas de cenizas en camiones y máquinas provenientes de todas partes del país.

En 1998, siete años después de la erupción, se comenzó con la recuperación de las tierras, gracias a la asistencia de los técnicos del INTA. Aunque la ceniza no operó como fertilizante de los suelos, sirvió para mejorar las condiciones con respecto a la permeabilidad del agua y la aireación del estrato.

A pesar de tanta tragedia, nadie murió. A su vez, los estudios determinaron que las cenizas no eran tóxicas. Fueron las primeras buenas noticias.

Luego llegó la solidaridad de gente local y de otras partes: “Trabajamos junto a los gobiernos provincial y nacional. El INTA y el Consejo Agrario colaboraron con los productores. Fue muy valiosa la ayuda que recibimos de los argentinos de todos los rincones del país y del Ejército de Salvación”, recuerda el actual intendente antigüense Oscar Sandoval, que también ejercía ese cargo hace 20 años, y agrega: “La caída de cenizas nos tomó por sorpresa, pero nos organizamos nombrando jefes de manzana para atender las tareas más urgentes y evacuar a la población cuando mejoró un poco la visibilidad”.

Sacaron 37 mil camionadas de cenizas del pueblo. “Fueron días de palas, palas y más palas. Llegó un momento en que el ánimo de la gente decayó, y allí fue fundamental la ayuda de los psicólogos”, cuenta Sandoval.

Lluvia negra

Tras el golpe inicial, quedó una presencia permanente de cenizas en la región. 24 horas después de la erupción, la nube llegó a Puerto Deseado poco más de 500 kilómetros del volcán.

Cuenta Rufino Sienes de Diego en el blog “Cuadernos culturales deseadenses”, que “en la madrugada del martes 13 de agosto, aproximadamente a las seis de la mañana, comenzó en Puerto Deseado y su zona de influencia la lluvia de ceniza proveniente del volcán chileno Hudson. La virulencia del fenómeno y el hecho de que la inmensa mayoría de la gente careciera de la más elemental información sobre el particular, motivó que en los primeros momentos cundiera el pánico entre quienes, al salir de su casa, se vieron envueltos en una espesa nube cuyos componentes resultaba difícil determinar, pero que aparentaba ser una extraña mezcla de humo, ceniza y tierra que emergía del interior de los edificios y convertía en algo dantesco circular por las calles de la localidad”.

Agrega don Rufino que “haciendo con ello honor a la verdad, debo confesar que sentí una desagradable impresión, no exenta del normal y respetuoso temor que suelen causar los fenómenos desconocidos, cuando al dirigirme a mi lugar de trabajo, casi anulado el sentido de la orientación a causa de la impenetrable oscuridad reinante, me hallé perdido en las calles por las que tantas veces había transitado a lo largo de treinta años; calles que, como es lógico, conozco como la palma de mi mano. Los interminables diez minutos que empleé para recorrer en coche las escasas nueve cuadras que separan mi casa de la Cooperativa Ganadera, lugar donde trabajaba, fueron una verdadera pesadilla. La falta de visibilidad impedía saber si el coche rodaba por la calzada, única forma de no llevarme por delante los vehículos estacionados o chocar con alguno de los pocos que circulaban en dirección opuesta y cuyas luces apenas se distinguían en la oscuridad”.

Por esos días, Santa Cruz se encontraba en plena efervescencia electoral y muchos candidatos estaban en campaña. José María Salvini, actual asesor de la Presidencia de la Nación, rememora que iba llegando a Puerto Deseado, en visita proselitista con el entonces intendente de Río Gallegos y candidato a gobernador, Néstor Kirchner, cuando la nube de cenizas tapó el camino y tuvieron que detener completamente la marcha del vehículo: “entre el miedo a salirnos del camino y el de ser embestidos por otro vehículo, nos paralizamos inicialmente, hasta que decidimos seguir avanzando, pero era tan poca la visibilidad, que mientras Néstor manejaba a paso de hombre, yo iba caminando al lado del auto, del lado de la banquina, para avisar si nos salíamos de la ruta”.

Todo el tramo de la ruta nacional 3 entre Fitz Roy y el Gran Bajo de San Julián, y las localidades de San Julián y Puerto Deseado, sufrieron desde esa fecha y hasta bien entrado el año 1992, la presencia casi constante de cenizas, con períodos de 15 a 30 minutos en que de repente se hacía noche total en pleno día, se encendía el alumbrado público y todos se refugiaban en sus casas y comercios, a esperar que pasase el momento.

Entre 5 y diez días después de la erupción, la nube de cenizas se extendió hacia el sur y el norte. Se detectó una fuerte presencia hasta en las playas de Mar del Plata, y en el otro extremo, en las cumbres de los cerros cercanos a Ushuaia, en Tierra del Fuego.

Y siguió presente en los campos y los pueblos por muchos años: registros de las tareas de exploración en lo que luego sería Cerro Vanguardia, indican presencia de cenizas aún después de que el yacimiento había sido construido, en 1998.

Campo arrasado

La producción lanera en los campos situados al norte del río Santa Cruz, vivía por esos tiempos una larga agonía. Luego de más de 10 años de un proceso de desertificación provocado por la disminución de precipitaciones, el sobre poblamiento de los campos y la falta de un manejo sustentable de los recursos, habían disminuido fuertemente los rebaños. A eso se sumaba que el precio de la lana seguía descendiendo, al punto que la unidad económica de producción (número mínimo de cabezas para que un establecimiento agropecuario resulte viable) había pasado de 2.000 lanares en 1970 a más de 8.000 a principios de la década.

Como ejemplo de la situación, el gran campeón de raza corino de la Exposición Rural de Río Gallegos, se vendió en 1990 al valor equivalente a siete atados de cigarrillos.

A duras penas, los ganaderos del sur argentino habían sobrevivido a la falta de programas agropecuarios del gobierno de facto, los planes Austral y primavera y la posterior hiperinflación de fines de la década de 1980, y el deterioro sostenido del valor de la lana, que parecía haber perdido su batalla contra las fibras sintéticas, producidas en cantidades industriales por India y China.

Con ese panorama, la erupción del Hudson, con todos sus efectos, no fue el golpe de hizo caer la producción agropecuaria en Santa Cruz, sino simplemente el tiro de gracia que acortó una larga y dolorosa agonía.

En unas pocas semanas, las cenizas produjeron la muerte de al menos medio millón de ovejas, cifra similar a la que venía descendiendo el stock ovino provincial en cada lustro desde 1975.

El poblamiento del campo se redujo dramáticamente y las estancias se vaciaron haciendo crecer las poblaciones urbanas, con toda la carga de problemas sociales que ello conllevaba, en un país que ya comenzaba a mostrar signos de la creciente desocupación que sobrevendría en esa década.

Muchos campos se vendieron a precio vil, en muchos casos para evitar remates. La hectárea llegó a valer menos de 30 pesos en el Macizo del Deseado.

Valores constantes.

Fue allí donde las comunidades y los cambios que se comenzaban a producir a nivel nacional e internacional, comenzaron a proponer nuevos horizontes para poblaciones devastadas, que de la noche a la mañana descubrieron lo que ya presentían: el futuro ya no estaba donde lo habían buscado sus abuelos.                                     

Reconstrucciones

Con el tiempo, y tras la dura crisis de la segunda mitad de la década de 1990, que llevó a la zona norte de Santa Cruz a niveles de desocupación de alrededor del 25%, Los Antiguos se replanteó su futuro a partir de la combinación de producción de frutas finas y aprovechamiento turístico. Puerto Deseado desarrolló la actividad pesquera y la provisión de servicios logísticos portuarios, hasta que otra crisis lo ha situado nuevamente en una difícil posición, y hoy mira con cierta esperanza la futura actividad minera en Cerro Moro y la provisión de servicios portuarios para la producción metalífera de la región.

Perito Moreno apunta a transformarse en el principal polo minero provincial, con San José, Lomada de Leiva y Cerro Negro produciendo, para lo cual está planteando un ambicioso programa de formación de personal y proveedores locales.

Y Puerto San Julián ha cambiado profundamente su destino de desaparición, de la mano de

Cerro Vanguardia y la puesta en marcha de un plan de desarrollo sustentable que apunta a una diversificación y desarrollo que se mantenga en el tiempo, aún después de que la minera deje de producir.

Luego de la erupción del Hudson, se produjo la del volcán Chaitén, en 2008, que fue mayor en su potencialidad, pero afectó a un sector mucho más pequeño, y en 2011 la del Puyehue, que produjo problemas similares al Hudson en la Meseta Centro Norte que comparten Chubut y Río Negro, y en emblemáticas localidades turísticas de la cordillera, como Bariloche y Villa La Angostura.

En estos casos, los efectos fueron multiplicados por el desarrollo alcanzado por los medios de comunicación y todo el país y el mundo supo de ellos, pero cuando ocurrió la erupción del Hudson no fue así. Las noticias apenas llegaban y la soledad de las comunidades afectadas, separadas por kilómetros de estepa gris y mortecina de los centros de decisión, hicieron más dura la batalla y más profunda la desolación.

Como relató el mencionado poblador deseadense Rufino Sienes de Diego, “solamente quienes por imperio de las circunstancias vivieron momentos tan desagradables y sufrieron en carne propia las consecuencias del fenómeno, pueden con justicia aquilatar la gravedad de la situación y dar testimonio de la impotencia y desesperación que se siente en casos como el que nos ocupa, cuando las fuerzas incontrolables de la naturaleza niegan toda posibilidad de atemperar su furia desenfrenada”.

¿Asesino serial?

Dice el periodista chileno Nicolás Siriany, en su artículo “Un perfecto desconocido”, que “la erupción del volcán Hudson, que se origina un 12 de agosto de 1991, es la tercera erupción más violenta desde el 1900 hasta la fecha en la historia de nuestro país, y escolta la ocurrida en Chaitén en el 2008 y la del volcán Quizapu en 1932. El alcance del fenómeno comprobado científicamente, fue tal, que partículas finas de ceniza fueron encontradas al otro lado del Atlántico, en la costa de África”.

Y advierte que “exactamente 20 años antes, un 12 de agosto de 1971, el Hudson entró en erupción, registrándose precipitaciones de ceniza que llegaron hasta Comodoro Rivadavia, provocando además la muerte de al menos 5 personas, producto de un lahar (avalancha de barro), que descendió a lo largo del valle del río Huemules, destruyendo viviendas, tierras de cultivo y ganado”.

Los 20 años exactos que separan las dos últimas erupciones del volcán, constituyen todo un tema que provoca temores en la región de Aysén. Según Siriany, “el rumor urbano se ha acrecentado tanto, que un gran número de personas aseguran que el volcán estaría próximo a estallar, cuando se cumplan sus 20 años de oculta actividad”.

       Pero el 12 de agosto de 2011 pasó y hasta la fecha no hay ningún aviso de actividad, y los expertos señalan que los volcanes no responden a calendarios ni aniversarios, sino a fuerzas combinadas que tanto los obligan a dormir por siglos como a despertarse cuando nadie lo espera.

Joven y escondido…

El Volcán Hudson en realidad es un volcán muy joven, al menos como tal. En agosto de 1971, el Cerro de los Ventisqueros o Cerro Hudson, como era denominado hasta entonces, demostró que era en realidad un volcán y despertó destruyendo el valle Huemules, pequeña localidad de la montaña patagónica de Aysén. Coyhaique, Puerto Aysén, Puerto Cisnes, Balmaceda, Chacabuco, e incluso Los Antiguos, Perito Moreno, Las Heras y Comodoro Rivadavia en el lado argentino, fueron invadidos por una espesa nube de cenizas que provocó trastornos oculares y gastrointestinales a la población, además de importantes daños en la agricultura y ganadería.

El 12 de agosto de 1991, fue la segunda erupción más grande en Chile

luego sería la tercera, tras el evento del Chaitén, en 2008).

El Hudson, generó una nube que contenía un millón y medio de toneladas de dióxido de azufre que, junto con las cenizas más finas, circuló durante al menos un mes alrededor de nuestro hemisferio, lo que, según algunos expertos, habría hecho descender temporalmente la temperatura en el sur de la Argentina en casi un grado centígrado, debido a que actuó como un filtro contra los rayos del sol.

Reunión cumbre

La región chilena de Aysén tiene ciertas particularidades respecto a su situación volcánica que pueden ser de utilidad para conocer el lugar donde se erige el Hudson. Parte del territorio aysenino es atravesado por la falla geológica denominada Liquiñe-Ofqui que va desde el istmo de Ofqui, zona sur de la región de Aysén, hasta el volcán Copahue, en la región del Biobío, hasta donde hoy se conoce que se extiende el punto original que anteriormente eran las termas de Liquiñe, en la región de Los Lagos.

Es en esta falla de 1.000 kilómetros –que soporta un gran número de volcanes, incluido el Hudson– donde el magma encuentra mayor facilidad para ascender, generándose erupciones. Además, en el extremo sur de la falla, se produce la triple unión de las placas tectónicas de Nazca, Antártica y la Sudamericana.