5 diciembre 2024
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Quienes viven ó trabajan en el campo saben, que los pumas andan por ahí, aunque son muy pocos los que los han visto y mucho menos los que los enfrentaron. Como ocurre con los actronomos y los augujeros negros, se sabe que estuvo por ciertas señales, restos de animales que quedaron a su paso y un sexto sentido que avisa que hay algo escondido, entre los coitones y la niebla. Escribe Carlos Besoain ( gentileza  revista Núcleo)

El siglo XIX se caracterizó por la llegada del hombre a casi todos los puntos del planeta que aun se mantenían vírgenes, y la Patagonia no fue la excepción. La fauna local sufrió dramáticos cambios en su forma de vida, y resultó perseguida por competir con la oveja comiendo su sustento, o directamente a ella.

El puma fuè acosado como una plaga devoradora de ganado. Se cercaron los campos y los rifles de alto poder y los fusiles hicieron su aparición. El resultado está a la vista: el puma, que se señoreaba entre ñandúes ciervos y guanacos, fue arrinconado en las laderas de las altas cumbres, y casi llegó a ser un recuerdo.

El explorador británico George Claworth Musters (quien realizó la expedición con los tehuelches en 1869), asegura que “en el alto valle del río Chico había pumas en abundancia. Algunos eran de tamaño extraordinario –señala- pues median seis pies sin contar la cola que, por lo general, tiene la mitad de largo del cuerpo”

          En aquellos años, la colonización del hombre blanco estaba en sus preliminares, mientras se depositaban en la oveja las esperanzas económicas de la región. Munster afirma que el número de pumas era mayor “donde abundaban las manadas de guanacos y avestruces”.

 Además, distingue entre el puma patagónico y el norteño, cuando dice; “En la región Sur de la Patagonia tiene un color gris oscuro más acentuado que el de la especie que se encuentra en las provincias argentinas y el marino y explorador argentino Teofilo De Loqui, asegura que el puma de la Patagonia es mucho más grande que el del Chaco, y uno se da cuenta de su poder cuando se lo ha visto cazar un guanco macho.”

Munsters destaca la forma de mirar de estos felinos, cuando dice “me llamaron particularmente la atención, como a todos los cazadores, sus ojos grandes y oscuros y de muy lindo brillo, pero dotados de una mirada feroz que no excita el menor sentimiento de compasión “– señala -, Nunca olvidare la expresión de los ojos de un puma, muy bien descripta por la observación que hizo uno de los indios al refrenar su caballo por temor de un salto:  “Miren que ojos de diablo”,

La curiosidad mato al guanaco

De Loqui cuenta que mientras iba por el campo, corcoveó  su caballo frente a un revolcadero  de guanacos: luego vio algo agitandose entre los matorrales “que oscilada de derecha a izquierda” ( …) con trayectoria de péndulo, hasta que desaparecía  por dos, tres o más minutos

Después de un cuarto de hora (carabina en mano, tras oìr el relincho de un guanaco), vio que la batuta (…) se agito rápido y desapareció. Cinco minutos después apareció, como a cincuenta metros (….) un espléndido guanaco”.

Lo que sucedi{o luego pasó a una velocidad increíble:  “Vi Salir (…) a un león de buena talla –dice- que, como el rayo, se precipitó sobre la presa sorprendida, que al darse vuelta para disparar había perdido un tiempo precioso, aprovechado por el león que le saltó a la grupa (…) los dos rodaron por el campo: el guanaco con el cuello roto, y el León triunfante”.

Según Madsen, en la década de 1950, en  las mesetas del centro y de la costa patagónica, el puma había sido prácticamente exterminado, pero no ocurrio lo mismo en la cordillera, donde abunda tanto como a principios de siglo. Además fue creciendo en proporción al aumento del ganado, lo que en un principio hizo de su persecución una obligación, para pasar a convertirse  luego en un verdadero placer, tal es así que Madsen llamaba a esta actividad su “deporte favorito”… Y cuenta que era tanta la ansiedad por ejercitarlo, que a menudo se veía atado por una especie de “ fiebre del león” que lo consumía. A lo largo de su vida Patagonica Madsen asegura haber dado muerte a cuatrocientos animales, entre cachorros, machos y hembras.

Una pelea despareja: el puma contra la oveja

Mi población había crecido en importancia. En cierta oportunidad, Madsen acorralando a uno de estos animales, reflexiona: “Confieso que la actitud del bicho, sumisa y temerosa, me dio más bien lastima, pero no estaba la cosa para retroceder – afirma- y menos si me acordaba, como me acordé  de todo el daño que estos malos sujetos hacen al ganado. No cabía la clemencia y resolví su ejecución”

De Loqui afirma que a fines del siglo  XIX, era tan grande la cantidad de pumas en la zona de rio gallegos que era “difícil de resolver su  exterminio (…) para poblar con ovejas esos campos”

“Desde hace medio siglo – protesta Madsen, en respuesta a un decreto nacional que prohibió su casería en territorio de Parque Nacionales – los pobladores de la Patagonia lucharon cuesta arriba contra el puma mientras este dio cuenta de cientos de miles de ovejas y terminó con los hermosos huemules del bosque. Ahora resulta que el puma es algo romántico, que debe conservarse a toda costa… Puede ser que algunos merodeando entre las cierras, donde jamás los verá el turista, resulten más románticos que las ovejas, pero estoy seguro que los pobladores, con sus prosaicas ovejas, han hecho obras más útil que todos los pumas habidos y por haber, y si no los hubieran combatido como lo han hecho, no saldría tanta lana por nuestros puertos” finaliza este escritor dinamarqués.  -Escribe Madsen –    y tendría a la sazón unas dos mil ovejas. Su cuidado me lleva un poco de trabajo. Por si no fuera bastante la sarna y las nevazones, los leones me despachaban los corderos y madres que era un contento”

E ilustra la situación con un ejemplo: “En una sola noche, una leona con cachorros (…) mató cuarenta y cinco corderos crecidos y siete ovejas madres, y asegura que otro animal, en un establecimiento ganadero de gran envergadura “se arrimaba a los potreros  de la compañía y se despachaba de a cuatro a siete ovejas en una  noche”.

“En una ocasión encontramos setenta y seis entre ovejas y corderaje, unas muertas, otras atontadas con el cráneo medio desfondado y arrastrándose por el suelo con los cuartos traseros medios comidos (…) Calculo que cada año se liquidan  del diez al quince porciento de mis majadas, y no será por cierto que no los persiga”…-